Humanizar la Iglesia
Entiendo
que haya personas que, nada más que leer el título de este breve
artículo, sientan un cierto recelo o quizá experimenten
desconfianza o incluso un abierto rechazo. Porque a muchos de
nosotros nos han educado en el convencimiento de que “lo
humano” se contrapone a “lo divino”.
Y eso, llevado hasta sus últimas consecuencias, desemboca – sin
más remedio – en la idea fija de que “a más humanidad, menos
divinidad”. O sea que “humanizar
la Iglesia”
equivaldría a robarle o recortarle su condición sagrada,
sobrenatural y divina.
Sin
embargo, me atrevo a decir que “humanizar
la Iglesia”,
no sólo es lícito, sino sobre todo es enteramente necesario y
urgente.
Si es que este asunto se piensa desde la fe y la mentalidad
cristiana. Porque vamos a ver, según nuestras creencias, ¿qué es
lo que hizo Dios, para traer solución y salvación al mundo?
Los
cristianos decimos que esa pregunta tiene su respuesta a partir del
misterio de la Encarnación de Dios en Jesús. Lo que, traducido a un
lenguaje más sencillo, quiere decir la
Humanización de Dios en un modesto galileo que
se llamaba Jesús el Nazareno. San Pablo lo explica diciendo algo muy
fuerte: “Él, a pesar de su condición divina, no se aferró a su
categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la
condición de esclavo, haciéndose uno de tantos” (Fil 2, 6-7).
Desde
hace más de diez años, me viene preocupando lo que esto entraña y
representa. He publicado cuatro libros y cantidad de artículos sobre
el tema. Ahora quiero dar un paso más, que me parece urgente y
decisivo. Porque, si lo que acabo de indicar es indispensable para
entender el cristianismo, ¿no va a ser tanto o más urgente y
necesario para entender la Iglesia? Lo que equivale a hacerse esta
otra pregunta, quizá más incómoda para algunos: Si
Dios se rebajó y se humanizó, para traer salvación a este mundo,
¿por qué la Iglesia no se despoja también de sus rangos,
dignidades y privilegios,
de forma que de ella podamos decir que se ha humanizado? Y lo peor de
todo es que, como sabemos (y con frecuencia), los “hombres de
Iglesia” mantienen sus rangos, privilegios y dignidades a base de
“deshumanizarse” en no pocos asuntos que tocan asuntos de los más
fuertes que tenemos que afrontar los humanos. Por supuesto, Dios no
es la religión. Ni Dios es la Iglesia. Pero, en todo caso, los
caminos de Dios, de Jesús, ¿no tendrían que ser los caminos de la
Iglesia?
Me
da mucho que pensar lo que está ocurriendo con el papa Francisco.
Sus numerosas manifestaciones de humanidad y espontaneidad lo
hacen odioso
para un sector importante del clero.
¿Por qué será esto así?
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