Texto íntegro del saludo del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas:
En estos días de Navidad, contemplamos al Niño Jesús, reviviendo en nuestros corazones el misterio de la Encarnación con gestos sencillos y tradicionales, como poner el pesebre en nuestras casas. Esta devoción al Niño Jesús nos permite meditar, siguiendo el ejemplo de la Virgen María, la humildad de Dios, que se hace pequeño por nosotros. A pesar de que sabemos poco de la infancia de Jesús, podemos aprender mucho de Él mirando a los niños. También Jesús quiere que lo estrechemos en nuestros brazos, que le demostremos nuestro amor, nuestro interés. Que abandonemos nuestra pretensión de autonomía y acojamos la verdadera forma de la libertad, que consiste en reconocer y servir a quien tenemos delante. Él ha venido a revelarnos el rostro del Padre, rico en misericordia.
***
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Veo que hay muchos mexicanos por allì. Acojamos al Señor en nuestros corazones, demostrémosle nuestro amor y el gozo de saber que Él siempre está en medio de nosotros. Muchas gracias.
Saludo en italiano
"Invito a rezar por las víctimas de las catástrofes que, estos días, golpearon Estados Unidos, Gran Bretaña y América del Sur, especialmente Paraguay, causando muchas víctimas e ingentes daños. Que el Señor conforte a todas esas poblaciones y la solidaridad fraterna les socorra en sus necesidades".
Texto
completo de la catequesis del Papa Francisco:
Hermanos y
hermanas ¡buenos días!
Un día un
poco frío ¿eh?
En estos días navideños se nos coloca frente a
nosotros el Niño Jesús. Estoy seguro que en nuestras casas todavía tantas
familias han hecho el pesebre, llevando hacia adelante esta bella tradición que
se remonta a San Francisco de Asís y que mantiene vivo en nuestros corazones el
misterio de Dios que se hace hombre.
La devoción al Niño Jesús está muy difundida. Tantos
santos y santas la han cultivada en su oración cotidiana, y han deseado modelar
su vida a aquella del Niño Jesús. Pienso en particular a Teresa de Lisieux que
como monja carmelita ha llevado el nombre de Teresa del Niño Jesús y del Rostro
Santo. Ella -quien es también Doctora de la Iglesia- ha sabido vivir y
testimoniar aquella "infancia espiritual" que se asimila propio
meditando, en la escuela de la Virgen María, la humildad de Dios que por
nosotros se ha hecho pequeño.
Y esto es un misterio grande, Dios es humilde,
nosotros que somos orgullosos, llenos de vanidad y que nos creemos grandes
cosas, somos nada, Él es grande, es humilde y se hace Niño, esto es un gran
misterio, Dios es humilde ¡es hermoso!
Hubo un momento en que, en la Persona divino-humana de
Cristo, Dios ha sido un niño, y esto tiene que tener un significado peculiar
para nuestra fe. Es verdad que su muerte en la cruz y su resurrección son la
máxima expresión de su amor redentor, pero no olvidemos que toda su vida
terrena es revelación y enseñanza. En el período navideño recordamos su
infancia. Para crecer en la fe tendremos necesidad de contemplar más a menudo
al Niño Jesús. Cierto, no conocemos nada de este período. Las raras
indicaciones que poseemos hacen referencia a la imposición del nombre después
de ocho días de su nacimiento y a la presentación en el Templo (cfr Lc
2,21-28); por otra parte la visita de los Magos con la consecuente fuga en
Egipto (cfr Mt 2,1-23). Después, hay un gran salto hasta los doce años, cuando
con María y José, va en peregrinación a Jerusalén para la Pascua, y en lugar de
volver con sus padres se detiene en el Templo a hablar con los doctores de la
ley.
Como se ve, sabemos poco del Niño Jesús, pero podemos
aprender mucho de Él si miramos la vida de los niños. Es una bella costumbre,
que los padres, los abuelos tienen, que es aquella de mirar a los niños, ver
qué hacen.
Descubrimos, sobre todo, que los niños quieren nuestra
atención. Ellos deben estar al centro ¿por qué? ¿Porque son orgullosos? No,
porque tienen necesidad de sentirse protegidos. Es necesario también para
nosotros poner al centro de nuestra vida a Jesús y saber, incluso si puede
parecer paradójico, que tenemos la responsabilidad de protegerlo. Quiere estar
entre nuestros brazos, desea ser cuidado y poder fijar su mirada en la nuestra.
Por otra parte, hacer sonreír al Niño Jesús para demostrarle nuestro amor y
nuestra alegría porque Él está en medio de nosotros. Su sonrisa es signo del
amor que nos da certeza de ser amados. Los niños, finalmente, aman jugar. Pero
hacer jugar a un niño, significa abandonar nuestra lógica para entrar en la
suya. Si queremos que se divierta es necesario entender qué le gusta a él. Y no
ser egoístas y hacerles hacer las cosas que nos gustan a nosotros.
Es una enseñanza para nosotros. Delante a Jesús
estamos llamados a abandonar nuestro reclamo de autonomía, y este es el centro
del problema, el reclamo de autonomía para acoger en cambio la verdadera forma
de libertad, que consiste en el conocer a quien tenemos delante y servirlo. Él
es el Hijo de Dios que viene a salvarnos. Ha venido entre nosotros para
mostrarnos el rostro del Padre rico de amor y de misericordia.
Abracemos, entonces, entre nuestros brazos al Niño
Jesús, pongámonos a su servicio: Él es fuente de amor y de serenidad. Y será
una bella cosa hoy cuando volvemos a casa ir cerca del pesebre y besar al Niño
Jesús y decirle: "Jesús, yo quiero ser humilde como Tú, humilde como
Dios" y pedirle esta gracia.
Lo que sabemos de Jesús
Con ocasión de este domingo de la Sagrada Familia
(27.12.15) quiero ofrecer una una reflexión de base sobre la realidad de Jesús:
-- Lo que
sabemos de ella con seguridad,
-- lo que puede cuestionarse en un plano de historia,
-- lo que podemos decir en un plano de fe.
-- lo que puede cuestionarse en un plano de historia,
-- lo que podemos decir en un plano de fe.
Salen estos días en la prensa noticias extrañas, y
algunos afirman incluso que Jesús nació 5.000 años antes de su nacimiento,
pues todo lo que de él se dice sería puro mito, sin fundamento histórico
alguno. Otros afirman que no sabemos nada...
Pues bien, en ese contexto, podemos y debemos afirmar,
en esta Navidad, algunas cosas importantes de la vida, empezando por su
nacimiento (sabiendo siempre que la fe en Jesús como hijo de Dios se sitúa en
un otro plano, que no puede demostrarse):
1. Es indudable que Jesús nació, en torno al año 6
a.C. en algún lugar de Judea o Galilea, aunque los datos concretos de su nacimiento han sido
recreados simbólicamente, para así indicar mejor la importancia que ellos
tienen para los creyentes.
2. También es indudable que fue un hombre
significativo, que planteó
unos problemas y abrió unos caminos de importancia en la sociedad de su entorno
judío y romano, aunque (¡por eso!) las autoridades oficiales del judaísmo de
Jerusalén no le aceptaron y el gobernados romano le condenó a morir en una cruz
(hacia el año 30 d.C.).
3. Los discípulos de Jesús crearon
"iglesias", o grupos de
"creyentes mesiánicos", apoyándose para ello en la certeza de que él
estaba vivo (=había resucitado), impulsándoles a recrear su misión, no sólo en
Israel, sino entre todos los pueblos. Ciertamente, se puede discutir la
"realidad" y/o sentido de esa resurrección, pero es indudable que los
primeros cristianos creyeron en ella y así continuaron y recrearon la obra de
Jesús (entre el 30 y 60 d.C.) y fueron uniéndose hasta crear entre el 100 y 120
d.C. la Gran Iglesia (la comunidad unitaria de los creyentes de Jesús).
El nacimiento y vida de Jesús abre así una pregunta, a
la que podemos responder de tres maneras:
-- (a) Jesús nació, y tuvo cierta importancia, pero
ya no es significativo para nosotros, de manera que no podemos llamarle
Hijo de Dios, ni Cristo o Mesías. Más aún, el testimonio de las iglesias
creadas en su nombre resulta actualmente poco edificante, incluso escandaloso.
Quizá sería mejor olvidar a Jesús.
-- (b) Jesús nació y tuvo importancia durante casi
dos mil años, y aún puede servirnos de ejemplo, pero ya no decide el sentido de
la historia. Por eso podemos recordar su nacimiento como sólo como un dato
simbólico o folklórico, igual que podríamos recordar el nacimiento de Buda o
Muhammad (o de otros personajes significativos).
-- (c) Por el contrario, los creyentes pueden
seguir y siguen afirmando que Jesús es Hijo de Dios, de manera que su Navidad
(su Nacimiento) es una revelación sagrada del sentido y la tarea
"divina" de la vida.
Así dejo el campo abierto para la reflexión histórica
y creyente, indicando a continuación lo que de verdad sabemos sobre Jesús. Buen
día a todos.
Un personaje
significativo
En nuestra cultura no hay quizá personaje más popular,
y le recordamos incluso al contar los años: Antes o después de Jesucristo. Se conoce bastante bien su vida,
aunque sigue habiendo en ella huecos fascinantes (¿por qué hizo lo que hacía,
por qué se dejó matar?), de manera que algunos han dicho que no pudo existir,
que fue sólo un mito condensado como historia: Un faraón judaizado, un héroe
griego incardinado en Galilea, la avatara palestina de un Dios indio…. Pero
tras veinte siglos su vida real resulta más sorprendente y rica que las
fantasías o dogmas posteriores.
Muchos cristianos le han llamado y le llaman Hijo de
Dios, Señor Celeste, Segunda Persona de la Trinidad... Pero él sigue siendo un
rabino y carismático judío de Galilea, ajusticiado en Jerusalén en la Pascua de Primavera del
30 d. C. Fue un hombre de pueblo, que recogió y quiso cumplir con su mensaje la
tradición israelita, condensada de un modo especial en la Biblia.
Se llamaba Jesús (=Dios Salva), como Josué/Jesús, un
antiguo conquistador judío, y sus seguidores le han llamado Cristo (Mesías),
dándose así un nombre compuesto: Jesucristo.
Debió nacer el 6 a. C., porque un tal Dionisio
(470–544 d.C.), apellidado Exiguo (por su poca perspicacia), que fijó la fecha
de su nacimiento, erró por seis años y llamó año 1 al que debía ser el 6 d. C.
La
trayectoria “oficial” de su vida ha estado modelada y manejada por teólogos y
sacerdotes cristianos, pero en los dos siglos, empezando en Alemania y
siguiendo en Francia, Inglaterra, Estados Unidos, miles y miles de
historiadores neutrales han fijado al detalle su figura.
No hay en el mundo personaje más estudiado, y aunque
se publican cada año cientos de libros sobre su vida, unos divulgativos, otros
muy científicos, escritos por especialistas cristianos o no cristianos, él
sigue ante nosotros un enigma.
Un enigma en
parte conocido, con preguntas que siguen abiertas
Cuando más se le conoce más preguntas plantea. Unos le llaman rebelde fracasado,
otros anarquista, vidente o profeta ejemplar, hijo de Dios, mago sanador,
alquimista oculto, poeta, amante o gnóstico asesinado… La mayoría le tiene como
bueno y añaden que su influjo a través de la Iglesia o fuera de ella ha sido
positivo, aunque otros contestan que la Iglesia ha manipulado su figura para
mal…
No conocemos el día de su nacimiento, pues la Navidad
(25 de Diciembre, solsticio de invierno en el hemisferio norte) es una
armonización simbólica de la liturgia cristiana (Jesús = Sol naciente…). Su vida parece sencilla, pero
resulta enigmática.
Era un hombre de pueblo (artesano), sin formación
especializada, pero se sintió enviado por Dios, como los antiguos profetas de
Israel, y así comenzó a proclamar la llegada del Reino de Dios, lo que implicaba el fin y
cumplimiento de todos los restantes reinos, incluido el de Roma. Con ese
convencimiento inició una marcha mesiánica en Galilea, pero fue rechazado en
Jerusalén por los sacerdotes judíos y ajusticiado por el gobernador romano. .
Fue y sigue siendo un hombre de muchos testimonios. Como es normal, su historia ha sido
recogida en la memoria y en los textos de sus seguidores, que formaron la
Iglesia Cristiana, en la que se recordó siempre la historia de Jesús, empezando
por las cartas de San Pablo (49‒57 d.C.), y siguiendo por los evangelios de Mateo y
Marcos, Lucas y Juan (70‒100 d.C.).
Esos evangelios son biografías religiosas, es decir,
confesionales, para uso de la Iglesia, pero insisten en su historia, recogiendo
los recuerdos de su vida, las causas de su muerte.
Como es
normal, panegiristas y devotos posteriores tienden a sacralizar la historia de
sus “héroes”, que al fin pierden casi su identidad humana. Con Jesús pasó, al
menos parcialmente, lo contrario:
-- Los que primero escribieron su vida exaltaron mucho
su figura sagrada, olvidando
casi su base humana, como hizo San Pablo (que escribió sobre Jesús a los veinte
años de su muerte), que casi sólo se ocupó de la muerte de Jesús y de su
resurrección entendida en línea de misterio...;
-- Por el contrario los que vinieron después, es
decir, los cuatro evangelistas tuvieron que esforzarse por recuperar su
historia humana para que no se perdiera, pues pensaron que sólo siendo un hombre podía ser
modelo y “salvador”.
Los historiadores judíos y romanos del siglo I d. C.
apenas le citaron, pensando que no merecía la pena recordarle, porque su figura les parecía
marginal, sin importancia, en la trama de su tiempo. Pero Flavio Josefo estuvo
más atento y en su libro sobre las Antigüedades Judía (Ant), habló de Santiago
(“hermano de Jesús, llamado el Cristo”) a quien los sacerdotes judíos
asesinaron el 63 d. C., y también de Juan Bautista y de Jesús a quien presenta
como un sabio profeta, perseguido por los sacerdotes y ajusticiado por el
Gobernador romano (Ant. XVIII, 63-4).
Los historiadores y políticos romanos de principios
del II d. C. (Tácito, Suetonio o Plinio el Joven) le recuerdan como un
revoltoso,
ajusticiado por la autoridad romana, pero su figura les sigue pareciendo
carente de importancia. Es evidente que se equivocaron. Buscaban la Gran
Historia, los acontecimientos triunfales del Imperio, y no vieron que en Jesús,
un personaje en apariencia marginal, vendría a ser más importante que césares
de Roma. Suele suceder: Tenemos la gran noticia, pero no sabemos valorarla.
Algo semejante sucede en nuestro tiempo: Algunos han
dicho que las fuentes de la historia de Jesús están ya secas y que sólo quedan
huellas folklóricas y desdibujadas de su paso por la arena de la playa. Pero otros piensan que ella sigue
más viva que nunca:
A. Schweitzer, premio Nobel de la Paz,
ha buscado su rostro en la niebla mañanera del Mar de Galilea;
R. Bultmann, el mayor exegeta del
siglo XX, sigue escuchando su voz como Palabra de humanidad;
L. Tolstoy le venera como el gran Anarquista y Profeta de la Paz;
F. Dostoievski estuvo impresionado por su testimonio;
y F. Nietzsche, a quien muchos consideran el mayor anticristiano, perdió su “conciencia racional” mientras quería unir a Jesús con Dionisio, Dios griego de la vida.
Fue un
hombre especial...
Un hombre especial, en una era de grandes contrastes. No
fue un hombre oscuro de provincia extraña (Galilea, Judea), inmerso en una
nebulosa mágica, sino que vivió en un contexto de grandes personajes.
Fue vecino y, en algún sentido, continuador de Judas
Galileo, líder
militar, fundador de los celosos de Dios que se alzó contra el dominio de Roma
(6 d. C). Compartió algunos principios religiosos con los “monjes” esenios de
la orilla del Mar Muerto (Qumrán), que anunciaban la llegada del juicio de
Dios.
Vino tras Hilel (30 a.C.‒ 10 d.C.),
inspirador del nuevo judaísmo nacional rabínico, que es aún el gran maestro de los
judíos actuales… Fue sabio como Filón de Alejandría (20 aC‒50 dC), que
quiso vincular el judaísmo con la sabiduría universal de Grecia, pero Jesús lo
hizo en una línea más vital, más popular, empezando desde abajo (en la calle y
en los campos), no desde la altura académica y científica.
Vino y actuó en el tiempo justo, en los años en que se
estaba incubando en Palestina la revolución que culminaría en la guerra del
67-70 d. C. incitada
y acaudillada por un friso de personajes fascinantes que Flavio Josefo ha
comentado en sus libros, que culminan con la impresionante masacre (caída) de
Masada, el 73 d. C.
No nació en un mundo oscuro ni fue el único que habló
de Dios y de su Reino, sino que vivió en un tiempo y una tierra, llena de
profetas y pretendientes mesiánicos, enfrentados de modo directo o indirecto
con el César Augusto o Tiberio (o con Calígula, Claudio, Nerón…) que se decían
representantes de Dios.
Años oscuros,
los tres momentos de su vida.
Nació probablemente en Nazaret de Galilea, aunque su
familia pudo provenir de Belén de Judá, patria de David y foco de promesas mesiánicas, en un
tiempo de gran conflicto social, cuando la tierra estaba pasando de una agricultura
de subsistencia a una economía comercial centralizada. Su madre se llamaba
María, y su padre José, y tenía por lo menos seis hermanos (cf. Mc 6, 1-6).
Para destacar el carácter providencial de su nacimiento, dos evangelios (Mateo
y Lucas) dicen que fue concebido por obra el Espíritu Santo y que nació de una
virgen, pero éste es un dato espiritual, no biológico.
Su familia parece haber sido religiosa, y Lucas (2,
41-52) supone que sus padres iban a orar cada año al templo de Jerusalén, donde Jesús habría quedado por un
tiempo con los rabinos. Pero el evangelio de Marcos (6, 3) le presenta como
artesano/trabajador, en un contexto de crisis social.
Más que un intelectual de libro (como otros rabinos de
su entorno) fue “obrero de lance”, campesino sin campo, artesano a merced de la
oferta y demanda, en tiempos
hambre y “locura” política, propensos a un alzamiento que vendría poco después
(66-67 d. C.). Pero un día (hacia el 26 d. C.) dejó su trabajo para hacerse
mensajero del Reino de Dios (es decir, de su venida), en un camino donde pueden
distinguirse menos tres momentos:
‒ Con Juan Bautista, profeta de
penitencia. Siendo ya un
hombre maduro (con más de treinta años), vino a la zona del Jordán para hacerse
discípulo (y colaborador) del Bautista.
No conocemos su vida privada, pero no debía estar
casado, pues los textos hablan mucho (bien y mal) de sus familiares (madre,
hermanos…), pero no de su mujer e hijos (como habrían hecho, sin los hubiera
tenido). Pensó como Juan que el mundo estaba perdido, y que los hombres debían
hacer penitencia (convertirse), esperando el juicio de Dios.
‒ Mensajero del Reino en Galilea. Pero el juicio no llegó, y movido por una experiencia personal (cf. Mc 1, 9-11), quizá tras la muerte de Juan (asesinado por el rey Antipas), comenzó a proclamar la llegada del Reino de Dios en las aldeas y pueblos de Galilea, enseñando, curando, animando y acogiendo a los expulsados del sistema, para crear con ellos una “sociedad alternativa”, una humanidad utópica, pero muy real, donde todos pudiera ser hermanos, compartiendo tierra, comida y familia.
‒ Jerusalén, compromiso mesiánico. Pero, tras un tiempo descubrió que
los galileos, en general, no aceptaban su proyecto, ni creían en sus signos, ni
se preparaban para la llegada de Dios. Pues bien, tampoco entonces se retiró a
la vida privada, sino que reaccionó de forma activa y decidió subir
directamente a Jerusalén (cf. Mc 8, 27 ss), para instaurar allí el Reino de
Dios, “purificando” el templo y provocando a las autoridades.
Silencio y
muerte.
Llegó como pretendiente regio, a una ciudad vigilada
por sacerdotes judíos y soldados romanos. No vino para morir, sino para
instaurar la Soberanía de Dios. Pero, en un sentido externo, fracasó, pues los
sacerdotes no le aceptaron ni le siguió el conjunto del pueblo. Viendo que no
le recibían, tras despedirse de sus más íntimos en una última cena y
prometiéndoles que tomarían la próxima copa en el Reino de Dios, Jesús fue con
ellos a un huerto del Monte de los Olivos, por donde, según la esperanza judía,
debía venir Dios.
Pero Dios no intervino (externamente), y Jesús fue
apresado, sin oponer resistencia militar, traicionado por un discípulo (Judas)
y abandonado por otros (Pedro, los Doce). Los sacerdotes le entregaron a Pilato, y Pilato,
gobernador de Roma, le condenó a muerte acusándole de no pagar tributos, de
revolver al pueblo y de querer hacerse rey (cf. Lc 23, 2). Gritó mientras moría
“Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”, pero Dios tampoco vino
(externamente). Le enterraron los delegados de Sanedrín judío (con permiso de
Roma), pues el día siguiente era Pascua y no podía haber cadáveres colgados en
la calle.
“Dios” puede
hablar de nuevo.
Origen de la Iglesia. Muchos pensaron que todo había
terminado. Había sido un hermoso sueño (cf. Lc 24, 19-21), y Jesús un hombre
bueno, de bellos ideales, pero la rueda implacable del mundo le aplastó y sólo
quedó la nostalgia de su recuerdo. Pues bien algunos de sus discípulos dijeron a los
pocos días muerte que él estaba vivo de un modo más alto, pues le habían visto,
más real que antes, resucitado, en la Gloria de Dios, y que ellos debían seguir
su obra, creando su “iglesia” que, de maneras diversas, ha seguido existiendo
hasta el día de hoy (2012).
Así empezó, partiendo de Jesús, la gran aventura de la
Iglesia, fundada por
sus discípulos que “le vieron” (=dijeron haberle visto) tras su muerte, y que
siguieron proclamando su mensaje. Acabó la historia de Jesús, surgió la
Iglesia, desde diversos centros, con Magdalena y Pedro, con los helenistas y
Santiago (el hermano de Jesús), con Pablo… y otros misioneros.
Más que una Iglesia hubo iglesias que nacieron casi al
mismo tiempo como llamas de fuego en un mismo gran bosque. Jesús no fundó directamente la
Iglesia, pero podemos decir que dejó preparados varios “focos de incendio”:
Pedro y los Doce esperando que Jesús volviera pronto en Jerusalén; las mujeres
amigas, dispuestas a recuperar su amor de otra manera; los discípulos de
Galilea, reinterpretando su vida; Santiago y los parientes de Jesús,
recuperando su pasado; los judíos helenistas, con Pablo, deseosos de llevar el
mensaje y proyecto de Jesús a todo el mundo…
Dos respuestas ante Jesús
Dos respuestas ante Jesús
Murió Jesús y, por su forma de morir (sin cumplir lo
prometido) prendió en varios lugares el fuego de su Iglesia, centrado en la
afirmación de que él (Jesús) había resucitado. Si Jesús resucitó “de hecho” (y
la Iglesia es “cosa de Dios”) o si las iglesias nacieron por factores meramente
humanos (aunque apelado a Jesús) es algo que no puede decidirse
científicamente.
Además, las dos cosas (intervención de Dios e historia
humana de Jesús) se sitúan en planos distintos, de manera que los creyentes
pueden decir que todo fue obra de Dios... pero siendo, al mismo tiempo, algo
totalmente humano.
Comprensible y razonable es la opinión de los que
dicen que Jesús no resucitó, que no es Hijo de Dios (aunque pudo ser un hombre bueno), y
que sus discípulos, por tanto, no fueron más que unos ilusos.
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