NO HAVIEN TROBAT LLOC ON HOSTATJAR-SE.
Ho
escoltarem o ho llegirem d’aquí pocs dies. Potser que ens féssim tres
preguntes: Hi ha lloc per a Jesús a la nostra vida? Hi ha lloc per als pobres a
la nostra vida? Hi ha lloc per a mi a la meva vida?
Hi ha lloc
per a Jesús a la meva vida?
Aquests dies els records retornen a la nostra memòria.
I aquesta pregunta la puc fer no sols mirant el moment actual sinó fent una
mica d’història de la meva relació amb Ell i de la seva amb mi durant el procés
de la vida viscuda fins ara... i, per cert, que duri molts anys més.
Em
pregunto sincerament si Jesús ha sigut important en alguna època del passat. També
és possible que el que se’n diu important no ho hagi sigut mai, sinó més aviat
en vaig sentir parlar, potser en alguns moments em va admirar, o potser ni
això. També em podria preguntar si tinc consciència d’haver-me relacionat amb
Ell o Ell amb mi, i com va ser aquesta relació. O no, no acabo d’entendre ni la
pregunta ni el seu sentit.
I
actualment hi ha lloc per a Jesús a la meva vida? A la ment? Al cor? En els
àmbits culturals de la meva persona? És un interrogant? És un desig? No tinc
temps per a una pregunta com aquesta? Ho he oblidat? Voldria però no sé per on
començar?
Hi ha lloc
per als pobres a la meva vida?
Entenem per lloc el dedins nostre, on tenim presents moltes persones: amics,
familiars, coneguts, etc. Per pobres entenem principalment els que ho són en el
sentit econòmic, però no únicament. Pobre pot ser també el malalt, la persona
abandonada, el que se sent fracassat, acomplexat. La pregunta no es refereix
directament a almoines, sinó a coneixement, a sentiment, a una valoració que
porti dinamisme.
També
en aquest punt podem fer una mica d’història. Com ha anat evolucionant en mi la
dimensió social? Amb el pas de temps ha anat creixent, no sols amb relació a
persones concretes sinó pel que fa a les causes, les estructures, la manca de
la protecció i els drets deguts? O ha anat minvant, possiblement a mida que he
anat creixent en benestar, bona fama i acceptació social? La història personal
té indicadors que podem reafirmar o rectificar.
Sembla una pregunta mal plantejada, però segurament no ho és. El que vol
indicar és si estem atents a la nostra persona, si en tenim cura suficient per
viure amb prou plenitud, pau interior, serenitat i relacions afectives que
ajudin a ser. No és una pregunta que vulgui valorar la persona solitària, la
que vol aïllar-se, sinó aquella que intenta viure la pròpia vida amb sentit,
dignitat i suficient equilibri per donar-se, per intervenir en els temes
públics, per esdevenir fidel. Què m’ajuda a integrar-me i superar les
dimensions de neguit i atabalament?
Nota final:
Aquestes tres preguntes estan connectades de la
primera a la tercera o de la tercera a la primera, passant sempre per la
segona.
Nadal ens
recorda la primera i de retruc ens valora les altres dues.
Que aquest
Nadal no passi en va.
Todos sabemos quiénes son los débiles de la
economía, de la política, de la sociedad, de la vida. El filósofo marxista E.
Bloch nunca escatimó elogios a Jesús de Nazaret; “un hombre bueno, algo que no
había ocurrido nunca”
Allá por los
años setenta no era raro encontrar en alguna iglesia alemana un belén presidido
por el siguiente texto: “El establo, el hijo del carpintero, el predicador
entre gente humilde y el patíbulo al final son resultado del material histórico
y no fruto del material dorado, preferido por la leyenda”. Lo llamativo de este
texto es el nombre de su autor: no lo escribió un fervoroso teólogo cristiano,
sino Ernst Bloch, filósofo marxista y ateo. Nunca escatimó este autor de una
monumental filosofía de la esperanza elogios a Jesús de Nazaret: “Aquí aparece
un hombre bueno con todas las letras, en toda la extensión de la palabra, algo
que no había ocurrido nunca”. Como credencial de la bondad de Jesús exhibía
Bloch su “tendencia hacia abajo”, es decir, su decantación por los pobres y
marginados de la tierra. Y, naturalmente, el “establo” al comienzo de su
trayectoria, y el “patíbulo” al final simbolizan vigorosamente esa opción por
los más débiles.
Todos sabemos quiénes son los débiles de la
economía, de la política, de la sociedad, de la vida. Dostoievski los evocó
dramáticamente a todos en su novela Humillados y ofendidos, una novela
necesariamente larga, como largo es el recuento de los maltratados de la
historia. Bloch diría que, en algún sentido, los evangelistas Mateo y Lucas los
convocaron a todos al “establo”. Conscientes del relieve de la persona cuya
vida, muerte y resurrección iban a narrar, estos dos evangelistas intentaron
reconstruir su árbol genealógico. En la reconstrucción de Mateo tienen un
puesto de honor los débiles. Es llamativo, por ejemplo, que falten en su lista
los nombres de mujeres famosas del Antiguo Testamento, como Sara y Rebeca.
¿Pretendió Mateo destacar ya la tendencia hacia abajo, hacia lo desconocido,
hacia lo mal visto, de Jesús y del naciente cristianismo? En cambio, nombra a
Rajab, mujer de cuyo matrimonio la Biblia nada sabe. En general, las mujeres
mencionadas son, con motivos o sin ellos, de dudosa fama. Y un último dato que
no puede ser casual: las cuatro mujeres nombradas en la lista son extranjeras.
¿No estaremos ante una temprana superación de los límites étnicos y
geográficos, hoy de tan necesaria actualidad?
Lo que es
indudable es que el establo nació con vocación de universalidad, algo
legítimo siempre que no se trate de una universalidad impuesta. Es cierto que
inicialmente, según informaba allá por el año 90 el historiador judío Flavio
Josefo, la “tribu” de los cristianos estaba formada de “esclavos y desarrapados
del mundo mediterráneo”. Pero bien pronto aquella “funesta superstición”, como
llamó Tácito al cristianismo, amplió su radio de acción. La nueva religión,
nacida al amparo del “hijo del carpintero”, dejó enseguida constancia de su
honda preocupación social. Además de anunciar las bondades del más allá
insistió en la necesidad de ponerlo “todo en común” en el más acá. Hubo frentes
fijos y privilegiados: los huérfanos, las viudas, los ancianos, los enfermos,
los pobres, los discapacitados. Sin olvidar el sentimiento de grupo, de
comunidad, que la nueva religión fomentaba. Entonces, como hoy, la soledad
hacía estragos. Epicteto describió “el horrible desamparo que puede
experimentar un ser humano en medio de sus semejantes”. No es de extrañar,
pues, que el mundo pagano, inicialmente poco simpatizante del nuevo movimiento
religioso, terminase reconociendo que, aunque los cristianos no habían
inventado el amor al prójimo, lo practicaban con notable efectividad.
El árbol
genealógico reconstruido por Mateo y Lucas, los únicos evangelistas que narran
la infancia de Jesús, pretendía situar a Jesús en este mundo. Deseaban destacar
que el “predicador entre gente humilde” no cayó de un cielo resplandeciente y
estrellado. Le precedieron unas generaciones que se movieron, como las
nuestras, entre la generosidad y la intriga, entre la grandeza y la miseria de
todo lo humano. Ellas son un indicio fiable de que, por mucho que se la
maltrate, la moral nunca se rinde. Si hemos llegado hasta aquí, si la “furia de
la destrucción” (Hegel) no ha acabado con todo es porque somos
constitutivamente morales. La moral nunca será un “mobiliario muerto” (Fichte).
El nacimiento de Jesús de Nazaret no fue registrado
por las crónicas de la alta sociedad de su tiempo. Los evangelistas se cuidan
de constatar que fue anunciado a unos pastores, gente mal vista, con fama de
asaltar a los peregrinos y de permitir que sus ganados pastasen en la propiedad
ajena. Los protagonistas del nacimiento, María y José, eran gente sencilla de
pueblo, débiles económica, cultural y socialmente. La debilidad es, pues, el
marco que preside la entrada del Nazareno en este mundo; debilidad cuya
presencia se irá haciendo más densa día tras día hasta culminar en el
“patíbulo”, símbolo de ignominia y marginación.
Por último: el
evangelista Mateo evoca la presencia de una estrella que brilla en el cielo y
conduce a los Reyes Magos al “establo”. Curiosamente una de las etimologías del
término “Dios” es “div” o “deiv”, que significa brillar. Es una palabra que
tiene su origen en la experiencia de la contemplación del firmamento, de las
estrellas. Expresa lo que todos sentimos cuando elevamos nuestros ojos al
cielo: admiración, sobrecogimiento, dependencia, invocación, fascinación ante
tanta grandiosidad. Enseguida nos viene a la mente el “cielo estrellado” que
tanto impresionaba a Kant, o “el silencio de los espacios infinitos” que
sobrecogía a Pascal, o la experiencia de lo “tremendo y fascinante” que con
tanto acierto acuñó R. Otto. El cielo “se lo saben” los científicos, pero nos
sobrecoge a todos.
La otra
etimología del término Dios, propia de las lenguas germánicas y
anglosajonas (Gott, God), podría derivarse de la raíz indogermánica “hu” que
significa llamar, suplicar. Remite a la experiencia de invocar al Misterio, al
fundamento último de la realidad, a Dios, desde una situación humana de
profunda necesidad, sufrimiento y desamparo. Es lo que hacen los Salmos.
Intentan conmover a Dios, suplicarle, darle gracias.
Los evangelios informan escuetamente de que Jesús
murió en la cruz dando un grito fuerte, invocando a Dios y preguntándole por
qué le había abandonado. Es posible que en sus últimos momentos Jesús
experimentase crudamente la ausencia de Dios. Tal vez lo más correcto histórica
y teológicamente sea decir que en la cruz la confianza de Jesús en Dios fue
puesta duramente a prueba. Experimentó, en palabras de Hölderlin, que “Dios ha
hecho el mundo como el mar hace la playa: retirándose”. Bloch tenía razón: hubo
establo al principio y patíbulo al final; y en medio, también lo señala Bloch,
permanente roce con la “gente humilde”, con las víctimas de la desigualdad y
del injusto reparto de los bienes de esta tierra. No es un mal elogio ateo
de la Navidad.
Manuel Fraijó es catedrático emérito de Filosofía de la UNED.
ES NAVIDAD
CUANDO…
MIGUEL ÁNGEL MESA BOUZAS, miguelmesabouzas@gmail.com
MADRID.
MIGUEL ÁNGEL MESA BOUZAS, miguelmesabouzas@gmail.com
MADRID.
ECLESALIA, 25/12/15.- Es Navidad cuando
descubrimos que todo en la vida es gracia, que todo es don, que estamos
llamados a salir de nosotros mismos para ir al encuentro del otro, para
hacernos un regalo para los demás.
Es Navidad cuando escuchamos la buena noticia de la presencia de la bondad en los
demás, en el mundo que nos rodea y nos dejamos seducir, llevando con alegría
nuestro compromiso para acabar con la tristeza, la soledad, la injusticia, el
dolor y tanto llanto.
Es Navidad cuando alejamos nuestro egoísmo y salimos a contemplar la realidad,
nos llenamos de asombro al descubrir dónde está presente Dios, dónde se
encarna, en qué belenes nace, sufre, está marginado. Y no nos quedamos de
brazos cruzados.
Es Navidad cuando hacemos presentes a las estrellas
que nos han guiado hasta donde
hoy estamos, lo que ahora somos. Especialmente de todos los familiares, amigos
y amigas que nos han acompañado en nuestras vidas. Ellos y ellas están
presentes celebrando con nosotros esta Navidad.
Es Navidad cuando no nos dejamos llevar por la
desilusión y sabemos
descubrir y recrear nuevas estrellas, que nos impulsan a vivir con ilusión, con
esperanzas renovadas, realistas, pero conducidos por el sueño de una sola
humanidad fraterna, en medio de una creación donde la vida surja en plenitud.
Es Navidad si seguimos viviendo no de forma aislada,
sino en comunidad, junto a
otras personas que nos ayudan a crecer, a Francisco renovando la Iglesia, a
tantas mujeres y hombres que se convierten en navidad cada día del año, al
convertirse en don gratuito para los demás.
Es Navidad cuando cuidamos a quien nos necesita y nos dejamos cuidar cuando
nuestros ánimos decaen. Siempre marchamos en camino hacia Belén, hacia Dios,
hacia el misterio del Amor, la Belleza y la Bondad que anida en cada ser
humano, en la Naturaleza y el Universo que nos embelesa, nos consuela y nos
llena de paz y energía, para seguir construyendo un mundo nuevo (Eclesalia
Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando
su procedencia).
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada